Gustavo 9
La emoción
Daba gusto ver a Kurdeski desenvolverse en cualquier lugar cuando estaba inspirado. Claro que para él era fácil porque todo lo intentaba hacer con criterio propio, y además ponía mucho amor, respeto y educación en casi todo lo que hacía. Pero sobre todo tenía claras las ideas, la cabeza bastante bien amueblada, y eso hacía que todo fuera más sencillo junto a él. También adoraba trabajar en grupo y poder poner en común todas sus ideas, y aprovechar las de los demás, pero hay que reconocer que como todo buen individualista, solía hacerlo mejor si trabajaba por su cuenta.
Que movimientos más limpios, que mirada tan transparente, que elegancia tan natural y poco forzada, que rabia producía a los envidiosos cuando viendo todo eso, no podían ni siquiera enfadarlo un poquito, y eso que casi siempre estaba en el límite, pero ejercía un gran control sobre sí mismo. Nunca le había gustado perder el control. Enseguida se arrepentía de todo lo que había pronunciado en esos treinta segundos posteriores a la explosión de ira. Era muy impulsivo y de mente ágil y veloz, eso hacía que a veces fuera poco reflexivo y un tanto prepotente, sobre todo a los ojos de los demás. Claro, Kurdeski sabía que se equivocaba como todos, pero hacía lo posible por enmendarse. Y ese ejercicio de humildad era diario, se obligaba a recapitular todo lo que hacía para entenderlo mejor. Era algo así con un monje budista, más cercano a la filosofía zen que a otra cosa, lo oriental siempre tuvo atractivo para K, puesto que era hombre de costumbres muy sencillas; y así es como es el mundo, muy sencillo. Lástima que tengamos la costumbre de complicarlo para que no sea tan aburrido, pero lo suyo sería que nos diéramos cuenta de una vez que somos parte de un todo y que sólo debemos integrarnos en él sin modificarlo de manera negativa. Con eso sería más que suficiente. Y a buen entendedor pocas palabras bastan. Welcome to the barricade again, mate.
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